Desde que mirar a los niños es sospechoso, los parques infantiles y los colegios se han convertido en campos de minas que cualquier adulto puede pisar con dramáticas consecuencias.
Soy madre, vaya por delante, pero me niego a interpretar en clave de pedofilia cualquier indicio de interés de un adulto por mis hijas. Desde que las noticias sobre el asunto, muchas ligadas a la santa Iglesia católica, se han instalado en nuestras vidas, parece que nuestras mentes se hubieran contaminado.
El otro día lo comprobé en clase. Leíamos un magnífico relato de Flannery O´Connor –“Un hombre bueno no es fácil de encontrar”-. Un cuento de una crueldad sobrecogedora. Trata de una familia del sur de los EEUU que viaja en coche para disfrutar de unas vacaciones que se presagian nada idílicas. En un momento dado paran en un bar de carretera y la dueña del mismo se dirige a la niña y le hace un comentario banal del tipo: “te podrías quedar aquí a vivir”, a lo que la pequeña responde algo así como “ni muerta”. Seguramente este diálogo antes del boom de la sospecha se consideraba inofensivo…
Flannery O´Connor |
…Pero no. A la hora de las interpretaciones se habló de que era una señal lúgubre, sin duda una contribución a la sensación de tragedia que se iría apoderando de la historia.
Solo que la historia está escrita en 1955. Y seguramente por entonces a los niños se les decían muchas cosas sin que nadie respingara. Sí, es cierto que también se los pegaba sin contemplaciones, y se asumía el azote como parte del inevitable proceso educativo. De hecho, a mi generación, la del fin del baby boom, se le ha aplicado el castigo físico y sólo cuando hemos sido padres hemos rechazado visceralmente el método (lo que no quiere decir que no haya pegado en el culo alguna que otra vez a las chukis, sin efectos colaterales aparentes).
Hoy hemos dejado de hacer fotos a los niños desnudos, por si acaso. Si alguien coge de la mano a un menor y no es familiar o amigo, pegamos un respingo. Y una sotana es la sombra del ciprés, alargada y amenazante cuando se acerca a un pequeño que no sea el niño Jesús del Belén. La infancia esta más protegida que nunca, hasta el paroxismo, y lo está entre otras razones porque todos podemos citar de corrido tres o cuatro casos que hieren a las sensibilidades más toscas.
Pero en el camino todos hemos perdido un poco la inocencia. Nos han hecho mirar mal al payaso, al monitor del campamento, al entrenador de deporte y hasta aquel pediatra que fue sometido a un outing confuso porque dijeron que era pederastra. Y en ese estado de confusa alarma generalizada educamos a nuestros hijos.
En realidad no sé qué pensar, a mí también me espeluzna el abuso al menor. No tengo estómago para ver las noticias del Telediario cuando hablan de redes repugnantes a costa de los niños. Pero creo que si interpretamos los cuentos desde esta mirada, tendremos que poner una cruz sobre los enanitos de Blancanieves, sobre la bruja de Hansel Y Gretel y sobre Gepetto, el de Pinocho. Por no hablar de Krusty el payaso de los Simpsom.
Y si nos cargamos los cuentos, ¿cómo enseñaremos a los niños a defender sus fantasías? Y si matamos las fantasías, ¿qué tipo de adulto temeroso y pacato estaremos contribuyendo a crear?
P.D. Pido perdón por el tono moralista de este post. Estaba leyendo a Flannery O´Connor, deslumbrada por su prosa, y una cosa me ha llevado a la otra…