Adoro los aeropuertos, esos templos de paso donde todo el mundo tiene un propósito y la vida fluye entre pantallas que cambian de letras, destinos, puertas de embarque y horas. Cada vez que entro siento un ligero vuelco en el estómago, la sensación parecida a la de hacer cola para montar en una montaña rusa del parque de atracciones. Cuando viajo, aunque no sea por…