Cada noche, cuando entro por el portal de casa, temo que Vlad me entretenga con algún sucedido de la comunidad. Mi cetro de presidenta tiene sus días contados, pero amenaza con ser trepidante hasta el último segundo. Ayer, dos vecinas ancianitas escuchaban al conserje con cara de susto. Yo traté de pasar detrás del grupo, escondida sibilinamente en el cuello del abrigo. Pero había subestimado…