“Cada jueves, al amanecer, sacrificaban a los mayores de 40 años bajo los pórticos de la ciudad. Los morituri apenas emitían un quejido sordo, estrangulado y breve, resignados a contribuir con su extinción a que Bolonia siguiera siendo estandarte de la juventud renovada y dichosa. Saber que la vida era tan corta la dotaba de una provisionalidad excitante y conmovedora. Ser joven era un tránsito…