Ayer cumplí con uno de los rituales fijos de la temporada: desollarme los pies con las primeras sandalias. Todos los años sucede, sin que la memoria histórica (¿histérica?) me haga previsora. Hay heridas que siempre estuvieron allí, pero el invierno pone capas y fingimos que se han ido. Luego nos quitamos las vendas y, a la llamada del sol, salimos con las tiras de piel…