Uno no es nadie hasta que le han pinchado el teléfono. El estatus, eso tan intangible que convierte las miradas de los demás en trofeos de caza y pesca, es caprichoso como la donna. Si no viene solo, es menester forzarlo. O puedo que no. Que uno no sea nadie hasta que logre que el otro le mire de igual a igual. Los divanes se…