No conozco una sola mujer con joyas de valor incalculable que no haya sido desdichada. Se diría que un collar de diamantes o un huevo Fabergé colgado de un hilo de platino ocultan siempre una maldición. Pienso en eso y todo me lleva a Liz Taylor. A sus amores y desamores perros. Al baqueteo de una vida donde muchos la besaron y, sin embargo, terminó…