A cierto tipo que detestábamos lo llamábamos Dientes Podridos. La fase amarillenta había pasado hacía algunos lustros, y en su estado más fangoso intentábamos no hacerle reír. Caerle mal para que no nos regalara una horrible visión de podredumbre. El tipo era tan desagradable por dentro como por fuera. Digamos que tenía sarro intelectual, piorrea emocional y mucha cara dura. Su imagen salta en un…