Mi querida Big-Bang:
Hay ciudades que no están buenas pero sí son interesantes. No las paseas atrapado en un síndrome de Stendhal, pero te fijas en el dibujo sus cornisas, en los divertidos soportes para bicis de sus aceras o en el diseño de sus escaparates. Moraleja; si no eres un cañón, ten algo único que despiste de las imperfecciones. Este es mi primer pensamiento del día y se me ocurren algunas estrategias para ser única, todas ellas escandalosas. Dar la nota ha sido un clásico que implica desesperación en el cortejo. A eso voy, aunque me temo que lo encontrarás adolescente. Me la suda, con perdón.
Extender la adolescencia no me parece mala cosa si no está acompañada de acné, momentos gusiluz por el sonrojo ni olor a choto por excesos hormonales. Recuerdo esa secuencia en la que Fétido Adams se metía sendos colines en los agujeros de la nariz durante una cena romántica para hacer reír a su chica. De hecho, siempre que veo colines sobre un mantel y hay un hombre guapo enfrente tengo que reprimir mis impulsos fétidos y mordisquearlos como hace todo el mundo. Ahora dime eso de qué otros impulsos reprimo, o que te pago para tirar de manual freudiano, y me levanto del diván de un salto a conquistar esta ciudad interesante ma no bella.
Las normas de urbanidad nos permiten vivir en la jungla pero nos han quitado demasiada espontaneidad. Imagina que a los monos les prohibieran despiojarse entre ellos, enseñar el culo pelado o poner caras de bicho portavirus asesino Ébola a los turistas cuando van al zoo. Sería un rollo y mis chukis dejarían de suplicarme cada primavera que las llevara a ese hit parade de los planes pirata. La trasgresión tiene su punto y es necesaria como el sérum antiarrugas a partir de los 35.
Mi jornada trasgresora va a empezar tirándome en plancha al desayuno buffet para hacer una elipsis torera en la sección frutas y yogures. Después, sobrevolaré con garbo las odiosas montañas de cereales y todo lo que huela a bífidus y a salud intestinal. Mi objetivo se llaman huevos fritos con bacon, siempre precedidos de un tanque de café que me vaya subiendo las pulsaciones. El remate, una magdalena bien grande, como la de Proust, y una vez en estado precomatoso me pondré mi vestido by Pucci y me echaré al mundo de las reuniones corbateras haciendo apología de los productos del cerdo. Toma provocación.
Ahí fuera hay una ciudad que no está buena, ni falta que le hace. Y un ejército de hombres que aún miran a las chicas al pasar. Por si acaso voy a robar un paquetillo de colines, no sea que termine la velada en un restaurante a la luz de las velas y pueda desenfundar mi vis de payasa en otro idioma. Si no estás buena, siempre puedes ser estrafalaria, estrambótica, extralimitada. O reunir todos los extras en uno y pegar un corte de mangas al convencionalismo de salón.